SU OTRO YO

En este preciso momento —en un mundo paralelo— usted camina de la mano de la persona que ama, disfrutando de una vida feliz y en plenitud.
Todo marcha bien y parece ser que esta semana tendrá novedades importantes en asuntos de índole profesional.
Alza sus ojos al cielo con una sonrisa, agradeciendo al universo por el sol radiante que embellece el día de los enamorados.
Para celebrarlo, usted y su pareja han decidido tomar algo rico en un bar.
Cruzan la puerta de entrada. Dentro del local, en uno de los televisores se enaltece la figura de un político —operador de turno—, trajeado con saco y camisa sin corbata; habla de números, números y más números, llegando incluso a recomendar la suba de impuestos y tarifas de servicio público.
Mientras tanto la multitud superficial saca fotos a troche y moche.
Sin ir más lejos uno de ellos, haciendo acopio de un hábil movimiento de pulgares, ha capturado con un teléfono celular la increíble imagen de un plato con papas fritas. Usted se desentiende de esta situación, toma la carta y coteja los precios. Ha llegado a considerar si dejar o no uno de sus riñones.
Finalmente pide dos tragos y conversa con su media naranja: que cómo va el trabajo, que a dónde te gustaría ir de vacaciones el año que viene, que el alquiler y las expensas se fueron por las nubes, que cómo que te despidieron, etc.
Diez minutos en la vida y el mozo no regresa. Algo ha cambiado.
Echa un vistazo a lo que tiene enfrente. ¿Por qué negarlo? La conversación con su pareja ya no es lo que era. Y sí; definitivamente debería cambiar de aire.
Tal vez un viaje al Machu Picchu, estudiar malabarismo o asistir a una terapia de electroshock sea la mejor de todas las salidas.
En este y en otros pensamientos se sumerge usted cuando de repente —para confirmar que el mundo es un pañuelo— alguien al otro lado de la mesa comienza a agitar los brazos. Usted frunce el ceño sin dar crédito a lo que sus ojos ven: a escasos metros de su ubicación, un antiguo compañero de secundaria saluda con júbilo, llamándole por su nombre de pila. Seguramente, sino se tratara de un ex convicto, usted se acercaría a saludarle…
¡Espere! ¿Qué hace? ¡No se levante!
Han pasado siete horas y aún no sabemos en dónde está su pareja.
Usted, con una pronunciada resaca, logra a duras penas reincorporarse del adoquinado ante la atenta mirada de un grupo de turistas norcoreanos.
El desconcierto se ha vuelto insoportable y todavía no sabe en dónde ha quedado su billetera ni por qué lleva los pantalones bajos.
Intenta guardar la calma y pensar. La luna comienza a desaparecer oculta debajo de nubarrones de tormenta. Es entonces cuando una peligrosa idea se apodera de su juicio: ¿y si todo esto no fuera más que una pesadilla?
“Sí, seguramente lo sea”, pretende autoconvencerse mientras una camioneta 4×4 que pasa junto a su lado le salpica la cara de barro: digamos que fue barro.
De cualquier manera no se desespere. Si Stephen Hawking tiene razón y existen los mundos alternos, probablemente usted se encuentre ahora leyendo esta nota, a resguardo de San Valentín y de cualquier relación apática e infructuosa.


@ErnestoFucile | Año 2014
Revista Victoria Rolanda - Mujeres de Revista

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